miércoles, 5 de diciembre de 2007

10 DE DICIEMBRE - PATRONA DE MÉRIDA, MÁRTIR SANTA EULALIA

Eulalia significa: "la que habla bien" Eu = bien, Lal = hablar. Santa Eulalia es una de las santas más famosas de España. Los datos acerca de su vida y de su muerte los encontramos en un himno que en honor de ella escribe el poeta Prudencio en el siglo IV.

Santa Eulalia de Mérida es la patrona y alcaldesa perpetua de la ciudad. Su fiesta se celebra el día 10 de diciembre, fecha de su martirio.



Biografía


Mártir, nacida en Mérida y martirizada en esta misma ciudad en el año 304.

Cuando Eulalia cumplió los doce años apareció el decreto del emperador Diocleciano prohibiendo a los cristianos dar culto a Jesucristo, y mandándoles que debían adorar a los falsos ídolos de los paganos. La niña sintió un gran disgusto por estas leyes tan injustas y se propuso protestar entre los delegados del gobierno.

Viendo su madre que la joven podía correr algún peligro de muerte si se atrevía a protestar contra la persecución de los gobernantes, se la llevó a vivir al campo, pero ella se vino de allá y llegó a la ciudad de Mérida.

Eulalia se presentó ante el gobernador Daciano y le protestó valientemente diciéndole que esas leyes que mandaban adorar ídolos y prohibían al verdadero Dios eran totalmente injustas y no podían ser obedecidas por los cristianos.

Daciano intentó al principio ofrecer regalos y hacer promesas de ayudas a la niña para que cambiara de opinión, pero al ver que ella seguía fuertemente convencida de sus ideas cristianas, le mostró todos los instrumentos de tortura con los cuales le podían hacer padecer horriblemente si no obedecía a la ley del emperador que mandaba adorar ídolos y prohibía adorar a Jesucristo. Y le dijo: "De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos". La jovencita lanzó lejos el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo valientemente: "Al sólo Dios del cielo adoro; a El únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más".

Entonces el juez pagano mandó que la destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y ahogada por el humo.

Dice el poeta Prudencio que al morir la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Allí en el sitio de su sepultura se levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que él mismo vio que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos de tan valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de Dios.

El culto de Santa Eulalia se hizo tan popular que hasta el gran San Agustín hizo sermones en honor de esta joven santa. Y en la muy antigua lista de mártires de la Iglesia Católica, llamada "Martirologio romano", hay esta frase: "el 10 de diciembre, se conmemora a Santa Eulalia, mártir de España, muerta por proclamar su fe en Jesucristo".

Martirios

Así narra los martirios de Eulalia de Mérida, el poeta Prudencio (S. IV)

De madrugada, antes de la salida del sol, llegó a la ciudad, y, valerosa, se presentó ante el tribunal, en medio de cuyos lictores vociferó a los magistrados: "Decidme, ¿qué furia es esa que os mueve a hacer perder las almas, a adorar a los ídolos y negar al Dios criador de todas las cosas? Si buscáis cristianos, aquí me tenéis a mí: soy enemiga de vuestros dioses y estoy dispuesta a pisotearlos; con la boca y el corazón confieso al Dios verdadero. Isis, Apolo, Venus y aun el mismo Maximiliano son nada: aquéllos porque son obra de la mano de los hombres, éste porque adora a cosas hechas con las manos. No te detengas, pues, sayón; quema, corta, divide estos mis miembros; es cosa fácil romper un vaso frágil, pero mi alma no morirá, por más acerbo que sea el dolor",

Airado sobremanera el pretor al oír tales requerimientos, ordenó furioso: "Lictor, apresa esta temeraria y cúbrela de suplicios para que así sepa que hay dioses patrios y que no es cosa baladí la autoridad del que manda", Pero inmediatamente, como volviendo sobre sí, dijo el pretor a Eulalia: "Mas, antes de que mueras, atrevida rapazuela, quiero convencerte de tu locura en lo que me es posible. Mira cuántos goces puedes disfrutar, qué honor puedes recibir de un matrimonio digno. Tu casa, deshecha en lágrimas, te reclama: gimiendo estará la angustiada nobleza de tus padres, puesto que vas a caer, tan tiernecita, en vísperas de esponsales y de bodas. ¿O es que no te importan las pompas doradas de un lecho ni el venerable amor de tus ancianos padres, a quienes con tu obstinada temeridad vas a quitar la vida? Mira, ahí están preparados los instrumentos del suplicio: o te cortarán la cabeza con la espada, o te despedazarán las fieras, o se te echará al fuego, y los tuyos te llorarán con grandes lamentos, mientras tú te revolverás entre tus propias cenizas. ¿Qué te cuesta, di, evitar todo esto? Con que toques tan sólo con la punta de tus dedos un poco de sal y un poquito de incienso, quedarás perdonada".

Pero Eulalia nada respondió, sino que, arrebatada de indignación, escupió al rostro del pretor, arrojó al suelo los ídolos que tenía delante de sí, y de un puntapié echó a rodar la torta sacrifical puesta sobre los incensarios.

Inmediatamente dos verdugos se aprestaron a desgarrar sus tiernos pechos y los garfios abrieron sus virginales costados hasta llegar a los huesos, mientras Eulalia tranquilamente contaba sus heridas.

Al contemplar aquella carnicería, Eulalia decía al Señor sin lágrimas ni sollozos: "He aquí que escriben tu nombre en mi cuerpo. ¡Cuán agradable es leer estas letras, que señalan, oh Cristo, tus victorias! La misma púrpura de mi sangre exprimida habla de tu santo nombre".

Y tan abstraída estaba la mártir en su oración, que el dolor atroz que debían causarle aquellos tormentos pasaba totalmente desapercibido, a pesar de que sus miembros, regados con tierna sangre, bañaban de continuo la piel con nuevos borboteos calientes.

Ante aquella intrepidez, los esbirros se dispusieron a aplicarla el último tormento; mas no se contentaron con propinarla azotes que la desgarraran fieramente la piel, que sería poco, sino que la aplicaron por todas partes, al estómago, a los flancos, hachones encendidos. Pero, así que la perfumada cabellera que se deslizaba ondulante por el cuello y se desparramaba suelta por los hombros para cubrir la pudibunda castidad y la gracia virginal de la mártir tocó el chisporroteo de las teas, la llama crepitante voló sobre su rostro, nutriéndose con la abundante cabellera, y la envolvió por completo. Y la virgen, deseosa de morir, se inclinó hacia la llamarada y la sorbió con su boca,

Y, ¡oh maravilla!, he aquí que de su boca salió, rauda, una paloma más blanca que la nieve, que, hendiendo el espacio, tomó el camino de las estrellas: era el alma de Eulalia, blanca y dulce como la leche, ágil e incontaminada. Así lo vieron estupefactos y dieron de ello testimonio el verdugo y el mismo lictor al huir aterrorizados y arrepentidos. La Virgen torció delicadamente el cuello a la salida del alma; apagóse el fuego de la hoguera, y, por fin. quedaron en paz los restos exánimes de la mártir. Todo esto acaeció un día 10 de diciembre.

El cielo cuidó en seguida de velar por el tierno cuerpo de aquella virgen y rendirle las debidas honras fúnebres, porque al punto cayó una nevada que cubrió el foro, y en él el cuerpecito de Eulalia, que yacía abandonado en la helada intemperie como para protegerlo con una grácil mantilla blanca.

Tal es la primorosa descripción que nos dejó Prudencio del martirio de Eulalia de Mérida, en admirable coincidencia con las actas que sobre estas mismas hazañas escribiera un testimonio ocular. ¡Cuán distinto es el sabor y cuán lejos de la realidad histórica están otras "vidas" de la Santa emeritense!

Sigilosamente se aprestarían los cristianos de Mérida a rescatar las preciosas reliquias de aquella intrépida niña que con su muerte acababa de dar tan espléndido testimonio de la fe. Embalsamarían delicadamente su cuerpo y le darían sepultura precisamente en aquel mismo lugar donde pasada la tremenda borrasca de la persecución, se levantó una espléndida basílica, cuyo mármol bruñido -según testimonio de Prudencio, que la vió- iluminaba con cegadores resplandores sus atrios, donde los resplandecientes techos brillaba,n con áureos artesonados y los pavimentos de mármol jaspeados daban al peregrino la sensación de pasear en un prado en que se entremezclaban y combinaban las rosas con las demás flores. Y con un lirismo exultante termina el poeta su descripción: "Fuera las lágrimas dulzonas y melindrosas... Cortad, vírgenes y donceles, purpúreas amapolas, segad los encendidos azafranes: no carece de ellos el invierno fecundo, pues el aura tépida despierta los campos para llenar de flores los canastillos. Ofreced, ¡oh jóvenes!, estos presentes, que yo, en medio del corro también quiero llevar una corona en estrofas de poesía, vil y ajada, pero alegre y festiva. Así conviene venerar los huesos que yacen bajo el altar; ella mientras tanto, a los pies de Dios, ve todo esto e intercede, benévola, por nosotros".


Himno a Santa Eulalia

Gloria y Honor a la mártir de Cristo

Que en la arena luchando valiente,

Esmaltó con su sangre inocente

de pureza el virgíneo cendal:

Hoy ostenta vibrante la palma

Que en el cielo su triunfo pregona,

Mientras Cristo su frente corona

Con la gloria del lauro inmortal.

Pura azucena, morado lirio,

Rosa fragante; flor de martirio;

Flor que embalsamas de auras de cielo

Nuestros hogares: Cuando tu velo

Como paloma posaste aquí,

Tú ser quisiste desde ese día,

Amparo siempre, consuelo y guía,

del que en sus penas se acoge a ti.

Tú nos bendices desde la altura

Donde en tu ermita, radiante y pura,

Luce tu imagen como la aurora,

Mirando a un pueblo que canta y ora

E implora siempre tu protección:

Que allí tu trono fijar Dios quiso

Como trasunto del Paraíso,

Como promesa de bendición.

Martir de Cristo, Virgen Sagrada,

A quien Dios hizo nuestra abogada:

Por ti alentados, la vida entera

Seguir queremos nuestra carrera

Bajo tu sombra; y en tu loor

Cantar fervientes himnos de gloria,

Como trofeo de tu victoria,

Como tributo de nuestro amor.

Fiestas de la Mártir Santa Eulalia

En Mérida

En Mérida,la ciudad de Santa Eulalia, de la que la la niña mártir es patrona principal y alcaldesa perpetua, las fiestas comienzan el día 8 de diciembre, día de la Inmaculada. En este día tiene lugar la renovación del Voto municipal de la Inmaculada en la Iglesia del Convento de los RR.MM. Franciscanas Concepcionistas.

El día 9, víspera de Santa Eulalia, tiene lugar la peregrinación eulaliense que rememora el recorrido de la niña mártir desde la villa donde fue escondida por sus padres hasta Emérita Augusta (actual Mérida) donde fue martirizada en el año 304 a la edad de 13 años. Tras la peregrinación y la celebración eucarística, da comienzo la procesión que traslada a la imagen de la patrona desde su Basílica hasta la Catedral pasando por las principales calles del centro histórico de la ciudad. Al día siguiente, tiene lugar la solemne procesión, heredera de la que se realizaba en época visigoda, en la que miles de emeritenses acompañan a su patrona desde la Catedral hasta su Basílica. Una vez allí, y tras la ofrenda floral, tiene lugar la Solemne Eucaristía presidida por el Arzobispo de la ciudad.

Espectáculos pirotécnicos, deporte, concursos, y eventos musicales y culturales completan estas fiestas de marcado carácter religioso.

Santa Eulalia en la literatura

Santa Eulalia (Santolaya en asturiano), fue patrona oficial de Asturias hasta que finalmente se declarase a la Virgen de Covadonga. Es por ello que muchas poblaciones aún llevan su nombre en esta comunidad autónoma. Es conocido el poema "Pleitu ente Uviéu y Mérida poles cenices de Santolaya" (Pleito entre Oviedo y Mérida por las cenizas de Santa Eulalia) de Antón de Marirreguera que es el primer poema en asturiano de autor conocido y fue escrito en el Siglo XVII

Federico García Lorca poetiza su martirio en uno de los tres romances históricos de su Romancero gitano.

Ver: [Pleitu ente Uviéu y Mérida poles cenices de Santolaya, poema d'alrodiu 1650 d'Antón de Marirreguera]


LAS NIEBLAS DE LA MÁRTIR

Todo emeritense sabe qué son “las nieblas de la Mártir”, esas brumas propiciadas por el río que aparecen puntualmente por la ciudad., casi de una manera continua, en torno a la festividad de la Patrona. Decía el escritor extremeño Pedro de Lorenzo, al referirse a este típico fenómeno de nuestra climatología: “Todo en Mérida incluso las brumas del río, nieblas de la Mártir- se acoge a la advocación de Olalla” y es verdad: son tan nuestras que muchos no concebimos los días del tiempo de Santa Eulalia sin que la querida presencia de ellas, aunque sean a veces molestas, aunque para los reumáticos no sean precisamente beneficiosas, pero todos las damos por buenas porque son consustanciales a nuestro paisaje.

Y, además, nos recuerdan a uno de los episodios ocurridos con motivo del martirio de la Santa, referido por el calagurriano Marcial en la estrofa 36 de su himno: “He aquí que el invierno glacial arroja nieve y cubre todo el foro, envuelve también en los miembros de Eulalia que yacían bajo la fría bóveda celeste, haciendo las veces de una capa de blanco lienzo”. No es la nieve sino la niebla en este caso, la que se presenta simbólicamente para cubrir amorosamente los miembros despedazados de la doncella y eliminar así el oprobio buscado por sus verdugos.

Así las cosas, la ciudad con su temporal envoltorio ve cambiar su fisonomía radicalmente: el río apenas se ve y menos la orilla izquierda, las calles y los rincones tradicionales de la ciudad ofrecen nuevas visiones.

Un buen amigo mío, D. Manuel de la Barrera Ocaña, que fue durante muchos años fotógrafo del Museo Nacional de Arte Romano, me comentaba un buen día al recordar conmigo estos tiempos, lo sobrecogedor del ambiente emeritense en estos días. Él lo notaba especialmente cuando pasaba por el solitario parque de López de Ayala camino del chalet de su tío D. Abelardo Barrera situado en la entonces afueras de Mérida, hoy avenida de Juan Carlos I. La soledad del hermoso parque, las hojas caídas en el suelo y la niebla que invadía todos los rincones antes de provocarle algún lógico temor, le emocionaban al considerar familiar ese ambiente.

Es la misma impresión que sentíamos de niños en los paseos, por la ciudad y el campo, con mi padre a quien tanto le atraían los días de niebla siempre en el recuerdo de sus queridas tierras del norte, de las brumas de su llanada alavesa. Conservamos en casa varias fotografías que le gustaba hacer en esos días y que recoge hermosas instantáneas de la calle Holguín, de la calle de Sancho Pérez en la que se adivinaba, al final, la entrañable mole del convento de Santa Clara o el Paseo de Guadiana, hoy convertido en una avenida y antes en un paseo semi rural con una explanada, en la que instalábamos los niños de los alrededores nuestro campo de fútbol, con el riesgo, siempre presente en tener que recoger más de una vez de las aguas la pelota o el balón de cuero. Una explanada que, también, era aprovechada en estos días decembrinos para la instalación de atracciones de feria bien celebradas por nosotros, las voladoras, las barcas, los coches de choque con posterioridad y, rara vez, algún circo, o teatro de variedades que pasaba con nosotros las navidades.

No menos hermoso era, y lo sigue siendo, contemplar, y a veces sólo adivinar, los altos pilares del acueducto de “Los Milagros”, llamados así por el elemento popular emeritense por considerar ciertamente milagroso que se mantuvieran aún enhiestos, entre la niebla, que llegaba a aumentar su majestuosidad, de su ministerio, como verdadero “Puente del Diablo” tan presente en la tradición española.

En el campo, la niebla ofrecía también matices bien sugerente que a nosotros nos gustaba contemplar con deleite. Un atardecer me sorprendió en el campo, en el “Prado Viejo”, una espesa niebla que poco a poco fue apoderándose cambiándolo todo y llenándolo de misterio. Me ví, sin querer, sumido en profundas meditaciones provocadas por la situación y no pude por menos que describir el fenómeno y lo que yo experimentaba en cada momento:

Va cayendo la noche con su carga de soledad
blanquean los campos con suspiros de silencio.
Las sombras se hacen eternas como las horas de los hombres.

La niebla goza en ollas y arroyos, tiñe de misterio el contorno. A veces me pregunto que habrá detrás de la niebla: ¡Posiblemente sólo yo!

Y cómo decíamos, y seguimos diciendo: ¡Mañanita de nieblas, tarde de paseo! Y así sucedía, tras la niebla se abría el día y dejaba salir el sol. Pero, en ocasiones eran días de niebla: Mérida se convertía en un pequeño Londres victoriano.